El jueves 14 de noviembre en la sala de exposiciones de la Casa de Cultura de Villena inaugura a las 19:30 h. «Todo pàpel es un lugar» de Fernando Ayelo.
En el catálogo, Sofía Ángela Albero Verdú, doctora en Artes y Humanidades, señala: Conocí a Fernando Ayelo por casualidad. Fue el invierno pasado, cuando una de mis alumnas más implicadas me
propuso traerlo como artista invitado a las sesiones de Arte. Me pareció una idea magnífica. No siempre se tiene la oportunidad de contar con un artista ni escuchar de su propia boca cómo el universo le conduce a crear sin remedio. De modo que propuse brindarle un espacio en la clase a lo que el resto del grupo asintió entusiasmado.
Aquella tarde Fernando llegó puntual, cargado con un buen puñado de obras enmarcadas bajo el brazo, veladas por el embalaje marrón. Al quitar los cartonajes comenzaron a brotar dibujos y las sensaciones fueros dispares y simultáneas. Esto es lo que me sucede cuando me acerco a sus obras. Para poder explicarme, voy a recurrir a los fragmentos. A retazos de texto porque, como se sabe hoy en día, es imposible abarcar todo un mundo de manera lineal y coherente si es que queremos ser fieles al entendimiento humano.
Un cirujano. El aspecto formal y material de sus obras es fundamental. La técnica que utiliza para dibujar es lenta, depurada, física. Imagino la tensión en los tendones de la mano, en los ojos que aguantan el parpadeo, los hombros ligeramente encogidos al dibujar. Creo que se necesita un esfuerzo importante para llegar a tal precisión. O quizás no sea tal y represente para él un momento de descanso, de mangas holgadas y evasión. De cualquier modo, el negro corta el blanco roto del papel. Es similar a un bisturí. La preocupación por la asepsia es constante en un trabajo de cirujano. La precisión es milimétrica, el análisis de la imagen, científico. Como en las creaciones de Elena Asins o Eusebio Sempere, aquí si quisiéramos, podríamos contar cuántas finas líneas paralelas tiene cada parte, como si fuesen bits que componen un sistema.
Los retratados. En su obra está la importancia de la tierra propia, del contexto alicantino, como lugar de trabajo y de vida. Como en el poeta Miguel Hernández, las letras le acompañan literalmente. La necesidad de comunicar y exponer sus ideas late en sus dibujos.
Arte clásico. Los bustos y cabezas retratadas refieren a otras escultóricas. Con el cuidado de un artista clásico, subraya el modelado, el sombreado, la figuración mimética de los motivos humanos. El mundo grecolatino descansa en sus papeles como la sal sobre la piel.
El error. Mi ojo recorre la superficie del dibujo buscando una posible imperfección. Busco una señal que confirme que quien ha realizado esta obra es una persona y no una máquina. En la era de la imagen digital y la inteligencia artificial parece que la intuición todavía nos dice cuáles son las diferencias entre el dibujo humano y la reproducción automática. ¿Cuánto tiempo habrá dedicado a hacerlo? ¿por qué invertir todo ese tiempo? ¿es el error el fin no buscado de estas obras? Mirar con atención. El acto de mirar los dibujos de Ayelo se vuelve muy interesante. Me invita a presenciar las obras con calma y en directo. ¿Existe algo más anacrónico y, por ello, sugerente? Como uno de esos paisajes en los que cuanto más tiempo miras fijamente, más cosas eres capaz de descubrir, sus obras están llenas de motivos, detalles y sus composiciones encierran una gran complejidad. Líneas, figuras, geometrías, movimiento,
puntos de fuga1 se combinan, superponen, dejan ver su estructura interna. De pronto, aparecen pequeños cuadrados en blanco, como silencios meditados en medio de toda esa información. Pero también pueden ser ventanas a otros mundos. El escultor Jorge Oteiza hablaba, por ejemplo, del blanco como la nada, como la ausencia de materia, que con su presencia nos advierte de un pequeño momento de silencio y recogimiento.
Podría ser eso, aunque aquí mis palabras no son más que cábalas. Estas obras hay que observarlas frente a frente.
Fernando Ayelo Hernández. Villena (Alicante)1965
De formación autodidacta, comienza a tomarse en serio esto de la creación plástica comenzando la década de los 80, en pleno bullicio cultural de la llamada
“movida”. Como cualquier chaval inquieto de su edad, devora toda revista, tebeo,
cómic o libro que llega a sus manos. Y con ello llegan los primeros trazo, viñetas y
tiras de cómic, dibujos a lápiz y tintas, principalmente. Mas tarde vendría el interés
por la pintura y las primeras composiciones en color. Participando en exposiciones tanto individuales como colectivas, así como en diversos concursos y certámenes de pintura.